sábado, 9 de junio de 2007

Imaginería colonial





Dada su antigüedad e importancia histórica señalamos en primer lugar la imagen de San Miguel Arcángel, arcaica figura con la que se corona el retablo mayor y que la tradición señala como la imagen patronal que presidiera las ceremonias en Ibatín.
Se trata de una escultura tallada en madera de un metro de alto, que muestra al ángel vestido como soldado de una legión romana, en actitud de derribar briosamente al demonio (bajo la forma de una figura de hombre ingenuamente mutado en monstruo, con la adición de cuernos y alas de murciélago). La bestia sostiene un tridente.
La presencia angélica opone su pose decidida y viril a la ambigüedad del diseño de su rostro, de rasgos claramente feminoides. Escultóricamente hablando, la forma angulosa en que se recortan los pliegues, la riqueza áurea de la decoración, la concepción arcaizante de las formas y la técnica de la talla directa policromada sin aditamentos, avalan una lejana data, ubicada en el siglo XVI. Por lo tanto, es la escultura más antigua que atesora el templo.
En el convento señalamos la presencia de dos imágenes de la Virgen María bajo la advocación de la Inmaculada Concepción.
La primera se encuentra presidiendo el refectorio encerrada dentro de un nicho. Si bien se la exhibe imagen de vestir, se presume que su morfología original era de una talla entera sin adición de ropajes. En un afán de aggiornamento, se desbastó el volumen originario, a fin de adaptarlo a la cobertura con ropas de tela. Cabeza y manos están talladas en madera dura y encarnada traídas del Alto Perú y empotradas en un cuerpo de madera de higuerón realizado en Tucumán por un artesano de la zona. Esta imagen procedente del convento franciscano de Ibatín, luce una importante corona imperial de plata y una gargantilla de perlas falsas remontándose su factura a fines del siglo XVII.
La segunda, se ubica en el recodo de la escalera que comunica con la planta alta del claustro, detrás de un vidrio. Se trata de un ejemplar de vestir, con cuerpo trabajado en madera y en forma sintética a fin de sustentar con su estructura las vestimentas. El peso escultórico lo lleva la cabeza, las manos, los pies y la peana adornada con angelillos.
Con su rostro de serena belleza y gesto distendido, se la ubica como pieza salida de manos de un artista profesional español y traída a mediados del siglo XVIII.
En uno de los retablos de la nave lateral sur, se venera el conocido como San José de los Molina, imagen de evidente origen cuzqueño, cuya denominación alude a la familia a la que perteneciera y que fuera la donante junto con el retablo en que se conserva.
Su primitivo propietario fue Don José Molina, vecino tucumano del siglo XVIII, y quien casado con Josefa Villafañe, le tuvo especial devoción en su residencia. Vestido antaño a la usanza de las imágenes tradicionales americanas: gola de encaje, corbatín negro y chaqueta, lo que justificaba ser conocido como “el Santo Caballero”. Se acompañaba su atuendo por una amplia pollera que dejaba aparecer las piernas calzadas con sandalias. Se cubría con una suntuosa capa bordada en plata. Actualmente se exhibe bajo la apariencia usual, con túnica y manto, conservándose las viejas ropas en una caja en el mismo altar.
Finalmente señalamos la presencia de un Ecce Homo, de gran expresividad, en el que se utilizaron artilugios técnicos para incrementar el efecto dramático de la figura. Por tal motivo se cubrió a la talla en zonas con fragmentos de tela encolada, pintada con la tonalidad de la carne, y luego parcialmente arrancada. Esto produce el efecto de piel desprendida a causa de las torturas. Otro recurso de la imaginería colonial al servicio del contenido emocional. Fue traído del Alto Perú a mediados del siglo XVIII.

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